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La urgencia

A. M. Homes. EFE
photo_camera A. M. Homes. EFE

La escritora norteamericana A. M. Homes presenta su último libro La revelación, una sátira política con la que refuerza su mirada agudísima sobre la sociedad actual. Habla de Estados Unidos, pero como si hablara del mundo. Con esa urgencia. “Siempre seré algo pegado con cola, algo ligeramente roto”.

Ella tenía 31 años, vivía en Nueva York, se había convertido en escritora, y estaba a punto de presentar su tercer libro. Entonces llegó como llegan las noticias que, a la vez, se esperan y no se esperan. Lo que anhelas y temes, en un mismo instante, en forma de verdad revelada. Una llamada de alguien que posee una información importante, que, probablemente a su pesar, debe transmitir. Su madre biológica la estaba buscando, quería verla, quería, de algún modo, recuperarla. Así que, de pronto, tenemos la prueba que certifica que la grieta siempre había estado ahí, a pesar de todos los malabarismos por ocultarla. Los de su madre adoptiva por no sucumbir al pánico, los de su padre adoptivo, por aparentar normalidad. Los de ella misma, Amy Michael Homes, conocida como A.M. Homes. Por fingir o querer fingir o no poder no fingir que, en cierto modo, nadie sabía que su identidad se había puesto en cuestión en el mismo momento en que fue entregada a una mujer cuya misión consistió en entregarla a su vez. Una pareja, con un hijo vivo y otro muerto recientemente, aguardaban en un coche aparcado en una calle contigua al hospital. Su nerviosismo era palpable. Siempre habían querido una niña.

Bueno. Sonó el teléfono y tuvieron que decírselo. Quien llama es el abogado que, aparentemente, sólo transmite el mensaje. Está esta mujer, Ellen, la madre biológica, que quiere contactar. Y a pesar de y a causa de las reticencias obvias, la curiosidad, la necesidad, quizá la urgencia, la precipitan a ella, a la hija, a iniciar el contacto. Ellen es insistente, es demandante, hasta el extremo. Quiere verla, quiere estar con ella, quiere recuperar el tiempo, quiere decir que hizo lo que hizo sin querer hacerlo. Que era muy joven, que él era mayor y casado y con hijos. Que nada iba a funcionar a pesar de las promesas que afirmaban lo contrario. Ella, A.M., le pide tiempo, calma, espacio. Ellen no le da ninguna de las tres cosas. 

También está el padre. Biológico. Norman. Y ella, la hija, se ve envuelta de nuevo en ese torbellino que, abrupta y certeramente, va succionando lo que quedaba —si quedaba— de ambiente sereno y seguro, de algo que podría haberse llamado hogar.  Pero no puede evitarlo, quiere saber. Él sigue casado, en un primer momento, oculta los encuentros con su hija a su otra familia. Quedan en los vestíbulos de hoteles baratos. Todo parece bastante sórdido. Ninguno de los dos sale satisfecho de las conversaciones que mantienen, atropelladas, ambiguas, extrañas. Nada de lo que aciertan a decirse consigue llenar ningún vacío ni proporcionar tranquilidad. 

Su tercera novela, publicada en 1993, pocos meses después de la llamada, se titula Solo una madre, y su argumento es inquietantemente cercano al momento real, no a la historia, sino al momento: una joven cineasta, adoptada, acude a una terapeuta, quien comienza a obsesionarse con la idea de que su paciente es la hija que ella dio en adopción. Anagrama acaba de reeditar el libro, con un título que respeta más el original: En un país de madres. Después habrá un parón en la escritura que durará tres años. Aunque habrá intercambio de cartas, de más encuentros en hoteles, de perturbadoras reclamaciones, peticiones, exigencias. Poco claras, inmensamente dolorosas. 

En 1996, sale a la luz su libro más polémico, El fin de Alice, por el que recibió críticas de mucha gente ofendida. En Gran Bretaña se recomendó evitar su edición y las tiendas W.H. Smith se negaron a venderlo. Cuenta la historia de un pedófilo que, desde la cárcel, inicia una correspondencia con una joven universitaria. Tras la publicación, se hicieron muchas preguntas que ella respondió, básicamente, con una explicación: “Es una novela sobre ideas, sobre cultura, moral y sexualidad. No me interesa ser portavoz de nada. Me interesa escribir obras de ficción que planteen interrogantes, que provoquen polémica. Creo que la tarea de la literatura -del arte en general- es generar obras que estimulen a la gente a observarse a sí misma y al mundo en que vivimos más de cerca o, quizá, desde otro punto de vista”. Y ese es el lugar desde donde mira las cosas la escritora A.M. Homes. Un lugar de extrañamiento, un lugar de duda, un lugar urgente.

En 1998, tras seis años transcurridos desde el primer contacto, sin haber en absoluto resuelto el caos, el invierno, recibe otra noticia que, de nuevo, la obliga a reconducir la estructura de su propia historia, esos mimbres tan flexibles, de tan dañados. La portadora de la noticia es su madre adoptiva. “Agárrate”, le dice por teléfono, “Ellen ha muerto”. Y entonces ella va al funeral de su madre biológica y después entra en una casa que pudo ser su casa y va recogiendo en unas cajas de cartón objetos que pudieron tener algún significado o que quizá aún lo tengan, aunque en ese momento no lo sepa. Y entonces escribe: “Me esfuerzo por encontrar el modo de expresar la confusión. La pérdida profunda de un fragmento de mí que no conocí nunca, una parte que alejé porque me aterraba. La autobiografía de lo desconocido”. Lo que hizo fue guardar las cajas y seguir con la otra parte de su vida. 

Un año después, en 1999, publica uno de los mejores libros que componen su obra literaria Música para corazones incendiados y en 2002, editará un libro de cuentos, Cosas que debes saber y un ensayo.  No es hasta 2005 cuando decide abrir las cajas. Hay alguna cosa ahí dentro, pero no respuestas. Y si hay alguna, ni remotamente las suficientes. Comienza, a partir de aquí, una investigación concienzuda acerca de su pasado. Con toda tranquilidad, alguien podría calificar esta búsqueda de obsesión. “La mejor manera de describir esta experiencia, que escapa al lenguaje convencional, es decir que la considero la diferencia o disonancia entre el yo biológico desconocido o latente con el que llegué al mundo y el yo adoptado y adaptado que llegué a ser. La búsqueda, la excavación despierta puntos entumecidos, laberintos en mi propia experiencia, en mi capacidad de procesar. Siento una extraña sobreexcitación eufórica y en otros momentos una depresión devastadora”.

Recorre archivos, bucea en internet, localiza nombres que se corresponderán con personas interesantes para su biografía y otras que no lo serán. Se alegrará y se decepcionará. Restaurará y no, la grieta. Será y no será la extraña frente a los demás y frente a sí misma. Seguirá escribiendo. En 2008 publica La hija de la amante, el libro en que cuenta esta historia.  Dirá: “El deseo de conocerse a uno mismo y la propia historia no siempre es equiparable al dolor que provoca esta nueva información. A veces tengo que frenar un poco para adaptarme a un yo que constantemente se debate para ponerse a la altura, para calibrar de nuevo”. Con su siguiente novela Ojalá nos perdonen gana el Women’s Prize for Fiction (Premio de Ficción Femenina), uno de los más prestigiosos de —casualmente— Reino Unido.

Imparte clases en Princeton y es una referencia esencial de la literatura norteamericana contemporánea. Sus libros son cápsulas ácidas y brillantes de la sociedad estadounidense que, de muchas maneras, podemos fácilmente trasladar a nuestros entornos, sean estos los que sean. Su última novela se titula La revelación y arranca con la victoria de Obama en las elecciones presidenciales. Y de cómo un grupo de republicanos está convencido de que el mundo se acaba y de que tiene que hacer algo para salvarlo.

En todos sus libros hay pánico, hay extrañamiento, hay dolor. En la mayoría hay un humor tremendamente punzante y profundamente atinado. Y entretejido con todo ello está la búsqueda. Una identidad o un pasado, o una necesidad, o una urgencia.

"¿Qué clase de gente eran? ¿Y por qué significa tanto para mí? ¿Por qué necesito que sean buenos, más que buenos: que sean grandes? 
Son mis almas".

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