Opinión

La reina de la nación descalza

Hasta finales de 2011 resultó sencillo ver a una anciana robusta y sin zapatos no muy distinta de muchas otras pasearse por la Praça Estrela, de Mindelo, la segunda ciudad más grande de Cabo Verde. Vestía un delantal sobre la ropa y compraba productos frescos para repartir entre los necesitados. Todo el mundo allí, absolutamente cada persona, la conocía. Cesária Évora (1941-2011) era más famosa que la bandera de su país.
Cesária Évora. EFE
photo_camera Cesária Évora. EFE

Podría decirse que la libertad mató a Cesária Évora. Mantuvo casi todos sus vicios contra indicaciones de sus médicos y en los últimos años de una vida intensamente sufrida y gozada pagó el precio, no de los excesos, sino de la rebelión contra los estrictos parámetros de salud. Pesó más siempre para ella el modo de existir que se había prometido mantener que cualquier otra cosa. Por eso, en los tiempos finales de la cantante, la casa de estilo indiano en la que vivía se había transformado en la fortaleza donde habitaban el futuro, las pesadillas, los recuerdos y todos los ritmos que hicieron grande a una mujer de un lugar pequeño, fácil de olvidar.

Cesária Évora siempre fue Cizé. Pasaron muchas décadas hasta ganarse el sobrenombre de Reina de la Morna, el género musical por excelencia de Cabo Verde e íntimamente ligado al fado portugués, la modinha brasileña, el tango argentino y el lundú angoleño. Esta es la música de la sodade, del goce por sufrir y la pena por disfrutar, guarda todas las nostalgias que habitan los puertos y a sus personajes habituales; tiene sabor a licor, ritmo lento y sensual, maternal. Es la melancolía que duele, pero que también se busca. Hablar de morna y de coladeira es referirse directamente a Cesária Évora, a su vida, sus orígenes y su rara forma de éxito.

Cabo Verde formaba parte del Portugal colonial cuando nació en un hogar humilde en la isla de São Vicente, la segunda del archipiélago. En aquel entonces, podría decirse que existía una prosperidad ligada a la sumisión del país, pese a un estado de pobreza generalizada. La madre de Cesária se dedicaba a la cocina y trabajaba en casas pudientes, mientras que su padre vivió su corta vida como músico tocando el violín y el cavaquinho. De él y su dulce voz recogió su pasión por la música. Tras la prematura muerte de este, la niña escuchó la radio cada noche buscando las mornas como las de su padre, tropezando en ocasiones con algunas que escribía su tío con el pseudónimo B. Leza y también con blues o jazz extranjero.

Incapaz de sostener un hogar con siete hijos, la madre de Cizé decide enviarla a vivir con su abuela y con 10 años, tres ya como huérfana de padre, es entregada en un orfanato del Corazón de Jesús. Allí, monjas españolas y portuguesas enseñaron a la niña a leer y escribir, a coser y a rezar. Fue cuestión de tiempo que Cesária, de fuerte carácter desde niña, impusiese su decisión de abandonar la institución. Una vez fuera, tocaba recoger el agua de lluvia para tener algo que beber. También fue una infancia de ayuda en el campo.

Cesária ahonda en su sensibilidad innata con su tío B. Leza y se forma en una escuela particular a cargo de una mujer. En su precoz adultez desarrolla un gusto por la fadista Amália Rodrigues y recibe un día la noticia del recital que su cantante favorita ofrecerá en Praia, la capital. Su pequeño sueño se rompió frente a la entrada. La policía prohibió a Cesária acudir como público por llevar sus pies descalzos. Aquel hecho marcó a hierro a una Cizé que ya cantaba con soltura. Despertó, a la niña de un embrujo isleño. 

Cesária comenzó a cantar a los 15 años en la plaza principal de Mindelo. Cada domingo se plantaba con su hermano Lela, que tocaba el saxofón, en las proximidades del cuartel militar y amenizaba las mañanas de los presentes. Del barrio de Lombo pasó a los bares del puerto, una zona mucho más moderna en aquella época e influenciada por todo el tráfico internacional. Cantaba desde los rincones hasta que conoció a Eduardo, un guitarrista que la animó a pasarse a la morna y la coladeira.

Cizé se expuso frente al público y comenzó a desnudarse emocionalmente con su voz. Ese gesto fue audaz en su contexto porque en Cabo Verde, de manera tradicional, la música es un trabajo de hombres. Se dedicó a cantar como sabía y con la sensibilidad que cargaba, siempre descalza. Todas aquellas noches por puñados de monedas, manos de todos los colores, de todos los lugares. 

Cuando su arte no era requerido y contratado en los barcos, Évora se podía encontrar en el Piano Bar, en el Salão Gia o en su querido Café Royal solo a cambio de tabaco y grogue, el aguardiente tradicional del archipiélago. Su fama la llevó a trabajar también para la radio naval portuguesa, y, de ahí, a las radios del país. 

Cesária vive las noches frenéticas con un ya desmedido amor por el alcohol y el tabaco. Un primer embarazo, la sorprendió joven. Eduardo quiso reconocerlo, pero no se lo permitió. No pasó mucho tiempo hasta que sucedió de nuevo por segunda vez. Con 25 años, es madre soltera y su isla entra en la dura conquista de su independencia de Portugal.

Los discos de baja calidad y grabados sin lógica en aquellos años encontraron una pequeña difusión por Europa. Pese a dedicarse a su vocación, pronto la depresión y el alcoholismo se aferran a ella, al mismo tiempo que un tercer embarazo y abandono la sorprenden. En su peor momento, vuelve a casa de su madre y se enclaustra para pasar lo que ella denominó como "época oscura".

Los disturbios para la independencia provocaron efectos inmediatos en Cabo Verde. El tráfico internacional desapareció de Mindelo y con él la escena musical. La pobreza se agravó en el país. Además, hubo años con sequías que acrecentaron la hambruna. En ese contexto, Évora abandonó la música durante más de 15 años.

Cabo Verde había sufrido un éxodo masivo a multitud de países, tal así que todavía hoy la población en el extranjero supera a la de la isla. Tras cinco siglos de dominación portuguesa, los gobernantes entendieron la importancia de los símbolos y de contarse a sí mismos. Así, la Organización de Mujeres de Cabo Verde rescata a Cesária Évora para su plan de conformar un tejido cultural.

Cizé se topa con un interés institucional por exportar su arte, años atrás abandonado. Para ello, el gobierno le propone viajar a Lisboa, grabar un álbum y ofrecer conciertos para implementar en el mercado la morna, la coladeira y el funaná. Con más de 40 años, retoma su carrera. En una de las grabaciones, el productor José da Silva rompe a llorar desconsolado con su voz. Su familia era de origen caboverdiano. Se aliaron para trabajar juntos para siempre.

Tras aceptar una propuesta atrevida, Cesária pone rumbo a París. Las posibilidades de que una mujer en plena madurez, cantando en lengua criolla portuguesa sobre sentimientos difíciles de imaginar en Europa, pudiese llegar a triunfar eran mínimas. "Sin embargo, ocurrió", como solía explicar Évora.

El objetivo era sencillo: aprovechar las oleadas de migrantes africanos. La morna o la coladeira gozaban de buena acogida entonces y ciudades como Boston eran auténticas capitales. Los dos primeros discos no logran el éxito, pero consiguen asentar una idea: es la diva de los pies descalzos. Cizé fue nombrada Reina de la Morna y, a continuación, la diva descalza.

En 1991, llegó el momento. logra asomar la cabeza con su disco Mar azul y el mundo se digna a escuchar un canto distinto. En la voz de Cizé habitaba algo que conmovía a la gente y los acunaba con sus penas. Sin dejar que la excitación se apagase, publicó al año siguiente Miss Perfumado, su trabajo de mayor éxito y del que se extrae su himno Sodade.

El fenómeno dura tres años y, a continuación, decidió sacar su lado positivo con su quinto álbum, que lleva su nombre. Cesária Évora acierta de pleno, es nominada al premio Grammy y su éxito le permite realizar una gira por Estados Unidos, aparte de otros conciertos en decenas de países. David Byrne, de Talking Heads, y Madonna acuden a verla a Nueva York. La reina del pop intentó conocerla en camerinos pero la muchedumbre impedía llegar a ella y hubo de esperar para conocerla y verse influenciada, algo que reflejó en su disco Madame X.

Goran Bregovic invita a Cizé a cantar para una película de Emir Kusturica, Compay Segundo solicita su voz para duetos, Caetano Veloso la invita a acompañarlo en el escenario, Ryuichi Sakamoto y Chucho Valdés piden que junte su morna a sus pianos. Sin embargo, nunca en la cumbre ni en la distancia, Cesária Évora abandonó espiritualmente su isla, a la que regresaba a la mínima ocasión. Pasó a vivir a medio camino entre París y Mindelo.

Los mejores teatros del mundo abrían sus puertas a una mujer que ya superaba los 60 años, fumadora empedernida de SG portugués y bebedora de grogue y coñac sobre el escenario, donde siempre había una mesa de bar. En 2004, logró alzarse con el Grammy por Voz d'amor. En total, los más de 50 millones de dólares ganados por Cesária fueron a parar en su gran mayoría al sistema público de salud y educativo de Cabo Verde.

En 2008, sufrió un derrame cerebral en Australia al finalizar un concierto. Aquella mujer había forzado su cuerpo a límites insanos, entre 1999 y el 2000 había dado dos veces la vuelta al mundo actuando. Su ritmo era letal. Aquejada de problemas cardíacos, se sometió a una operación a corazón abierto en 2010 y finiquitó sus últimos conciertos antes de retirarse en 2011.

Tiempo atrás había decido mudarse definitivamente a su isla. Allí mantenía abierta su casa, daba a quien le pedía y conversaba con quien la visitaba. Recordaba viejos tiempos junto a su único hijo vivo, fumando sin parar, y se animaba a cantar a veces. Compró un Ford azul, contrató un chófer y viajó descalza. Había llegado el momento de descansar.

Los periodistas la visitaban en ocasiones para mantener su legado vivo. "¿Qué es lo que me gustaría que contaran sobre mí? Más que nada, que siempre he querido ser libre y permanecer soltera. Mucha gente critica que me guste beber, que fume tabaco, por mis matrimonios o porque me divorcié. Pero si estando en un bar tomándome un whisky descubro que algunos murmuran sobre mí, pido otro vaso de licor al cantinero, pero doble".

El día que Cizé murió había recibido a un periodista español en su patio, con el que recordó disgustada cómo le habían robado en Barcelona. Aquella tarde, cientos de personas acudieron a la casa de la diva descalza a presentar sus respetos. Todas las radios y televisiones del país emitieron su música sin cesar, la gente sacó a la Reina de la Morna a la calle en altavoces, tocadiscos y equipos de sonido. Cesária Évora recibió un funeral de Estado como agradecimiento por encarnar a una nación que la necesitaba tanto como ella misma a la 'sodade'.

Comentarios