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El misterio Simenon

Se cumplen 35 años de la muerte del escritor belga Georges Simenon y su biografía sigue envuelta en una bruma que él mismo construyó. Quedan ciertos datos, y la leyenda.
Georges-Simenon
photo_camera Georges Simenon

Fue André Gide, amigo suyo, quién se refirió a él como "el misterio Simenon". Desde entonces, no sólo se ha acrecentado el enigma, sino que también se ha ido convirtiendo en un órgano más, imbricado en los otros, alimentándose de los otros, necesitando a los otros para sobrevivir. Lo que fue verdad y lo que fue mentira en la vida de Georges Simenon lo supo únicamente él, si es que le resultó posible alguna vez, no caer al otro lado del espejo y creerse su propia fantasía. No lo sabemos y poco importa. Al menos, poco importa a los lectores y lectoras de sus 192 novelas firmadas con su nombre. Muchas otras fueron firmadas con seudónimo, contribuyendo, de ese modo también, a perpetuar el desconcierto.

Nació en Lieja, Bélgica, un 13 de febrero que se oficializó como 12, por ser su madre tan supersticiosa que no podía permitir semejante entrada en la vida. Era el año 1903, un tiempo, un siglo, que nacía igualmente, con sus esperanzas y decepciones marcadas en alguna parte de su genética. Désiré y Henriette Simenon eran sus padres. Él, contador de seguros; ella, ama de casa. Procedían de una familia acomodada, venida a menos, sin llegar a caer en la pobreza, pero con las suficientes dificultades como para retorcer un poco el camino marcado, acrecentadas por la muerte temprana de su padre, lo que lo obligó a buscar un trabajo para mantener a la familia.

De todos modos, la familia. "La necesidad de escribir me vino el día en que sentí que pertenecía a mi entorno y al mismo tiempo estaba fuera de él". Esa dicotomía. Su madre siempre prefirió al segundo, Christian, tres años menor que él. Y el niño de aquella época se apoyó siempre en un padre que pronto iba a dejar una ausencia compleja. Es buen estudiante y pronto elige los libros para huir de ese estado de cosas. De ese estar y no estar en una localidad, en una casa, que es y no es del todo la suya.

El conflicto de clase tampoco era menor. En una sociedad conservadora y profundamente religiosa, la posición de cada cual, con toda su inflexibilidad, quedada, desde el principio, establecida. En el colegio conoce el desprecio de las élites adineradas y no se identifica tampoco con los sectores menos pudientes. No sabe bien dónde está. Estudia con los jesuitas, que no hacen sino apuntalar esa confusión, con una educación puritana y de privilegios claramente acentuados.

El padre, con problemas cardíacos, muere. Él busca trabajo. Es aprendiz de panadero, es ayudante en una librería y, finalmente, encuentra algo más duradero como redactor en un diario conservador llamado La Gazette de Lièges, en la sección de sucesos. Se cuenta —él contó— que pasó por delante de las oficinas del periódico y, de inmediato, pensó: "¿Por qué no hacerme periodista?". Después entró, habló con el editor o con el director, según versiones, y, quien hubiera sido, uno u otro, o ninguno de ellos, le dio el trabajo. Así comenzó un recorrido que lo llevaría de la redacción de noticias a la ficción. En aquel entonces tenía 17 años y las cosas con su madre no iban nada bien. Así que aprovechó la oportunidad para construir, desde ese momento, una vida propia, repleta de historias que dulcifican, aportan intriga, generan un desorden progresivo que no contribuye precisamente a la verdad, pero sí, a la creación de una leyenda.

Une sus pasos, en esa etapa juvenil, a un grupo rebelde, dispuesto a demostrar con su comportamiento antisistema, lo que el sistema tenía de corrupto. Se llamaba La Caque, y estaba formado por artistas convencidos de su valía frente a un mundo cerrado, pueblerino, ciego a toda posibilidad de naturalezas alternativas. Entre los miembros de La Caque estaba una pintora, Régine Renchon, conocida como Tigy. Será la primera esposa de Simenon y testigo de la escritura de su primer libro, una novela humorística que no tuvo más recorrido. Pero Lieja no respondía a las expectativas artísticas del matrimonio, por lo que decidieron trasladarse a París. Se mudaron para dejar atrás una vida sin oportunidades. Sin embargo, no todo lo que quedó allí realmente permaneció allí. Lo vivido y lo soñado, lo perdido y lo negado, se fue trasladando, poco a poco, a los libros que fue escribiendo a lo largo de toda su carrera literaria.

Una vez en París, se topó con Colette, que por aquel entonces era la directora literaria del periódico Le Matin. Simenon quería publicar allí y lo logró en 1923, año en el que aparecería uno de sus cuentos. Colette le insistía en que no escribiese unos textos tan literarios: "Demasiado literario, muchacho. Excesivamente literario. Sobre todo, ¡nada de literatura!". Y entonces él pulió su estilo, simplificó lo que podía considerarse rebuscamiento retórico, y echó andar por un camino que, aparentemente, le resultaba fácil. Fue entonces cuando recurrió a los seudónimos. Escribía dos novelas a la semana, un tipo de textos que hacía las delicias de, digamos, las masas. Pronto comenzó a tener éxito, que aprovecha para descubrir París, sus barrios, su gastronomía, sus gentes. Cada rincón es capturado y seleccionado y convertido en ficción. Es así como le empieza a ir bien en la vida y cómo, en su mente, comienza a tomar forma un personaje con el que pasará a la historia de la literatura: el comisario Maigret. 

A finales de la década de los 20 del siglo pasado, emprende una serie de viajes que no hacen sino aumentar el universo ficcional de Georges Simenon. Le gusta navegar, así que se construye un barco al que bautiza Osthrogoth. La leyenda cuenta que fue allí donde nació Maigret. Probablemente la verdad sea otra. Aunque el asunto es que, por ese tiempo, Simenon escribió el primer libro de muchos, acerca de un comisario de policía que se enfrenta al caso correspondiente y que, con él, de alguna manera, reinventa el género de novela negra y lo catapulta al universo de la literatura "seria". Pietr, el Letón será el arranque de Los casos de Maigret, una colección reeditada en 2021 por las editoriales Acantilado y Anagrama.

En las siguientes décadas, los tiempos se oscurecen al igual que algunas personalidades que no terminan de clarificar su posicionamiento, cuando menos, ambiguo, en una Europa convulsa que requiere valentía y firmeza. Se le acusó de simpatizante de los nazis y escribió para diarios alemanes. Él, según su propia versión, tan solo era un escritor. Para evitar problemas, abandonó Europa y se instaló en Estados Unidos. Allí iniciaría otro periodo que estaría marcado por su divorcio y un nuevo matrimonio, tormentoso, etílico. Su gusto por los viajes no decae en el nuevo continente y, durante diez años, además de escribir, recorre el mapa norteamericano.

La estabilidad en Europa le incita a regresar, y lo hace por todo lo alto y con todo el lujo de un escritor que ya arrastraba su fama tras de sí. Se instala, con su familia, en la Costa Azul y allí vive y se divierte hasta los años 60. Después elige Epalinges, una localidad situada a las afueras de Lausana, en Suiza, un lugar tranquilo si se compara con el bullicio clásico de un bon vivant, rodeado, ahora sí, de los de su clase.  Allí escribe sus novelas en, aproximadamente, nueve días. Un proceso que, por lo visto, le hacía sufrir y por ese motivo acortaba lo más posible. En menos de dos semanas, todo liquidado.

Tras su primera residencia, finalmente se trasladaron a una casa que Simenon mandó construir y que era conocida por la vecindad como El Búnker. Enorme y lo suficientemente laberíntica como para no toparse con el resto de los habitantes. Aquí dicen los testimonios que era un hombre difícil y con grandes remordimientos. Sobre todo, por su hija Marie Jo, que un día fatal, cogió una pistola y se disparó en el pecho. La familia se fue desintegrando. Él se casaría una vez más; no obstante, nada sería igual. Bueno, nada no. El comisario Maigret seguirá tan ambiguo como siempre. Tan envuelto en la bruma del misterio como su propio autor.

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