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La posibilidad de todo

Richard Ford presenta su última novela, quinta con el protagonista que lo lanzó a la fama mundial: Frank Bascombe. ‘Sé mía’ está siendo presentada como una suerte de despedida. Quizá haya otras posibilidades.
Richard Ford. INTERNET
photo_camera Richard Ford. INTERNET
Y bueno. Nació. Finalmente. Cuando ya parecía que ellos, sus padres, iban a ser un matrimonio sin hijos, una pareja feliz, pero sin descendencia. Edna y Parker, con un pasado lo suficientemente común, con unas biografías inscritas en la regularidad del mundo: nada heroico, nada extravagante, nada escandaloso. Podría haber ocurrido y podría haberse olvidado. A menos que se tenga un hijo escritor. Entonces las cosas son distintas. Richard Ford nació en 1944. Sus padres se habían conocido tiempo atrás, ella tenía 17 años y él 24. Él vendía frutas y verduras en una conocida cadena de tiendas de comestibles. Ella vivía en la zona, en Hot Springs, en el estado de Arkansas. Se encontraron, se enamoraron, se casaron. La vida iba así, no exactamente rápida, pero sí seguía el orden esperado de los acontecimientos. Era la época de la Gran Depresión, y nada era tan fácil como perder un trabajo y no volver a conseguir otro nunca más. Así que había que fijarse en eso, poner especial atención. Parker respondía al tipo que todo el mundo entiende como bonachón. Un joven afable, sonriente, de considerable tamaño. Sus ojos azules parecían transmitir confianza. Tenía talento como vendedor y, gracias a eso, consiguió un trabajo vendiendo almidón para una empresa de Kansas City. Y fue así como se echó a la carretera. Viajaba siempre con su esposa, Edna, una mujer jovial, inteligente, acostumbrada a tratar con toda clase de personas debido a su trabajo temprano en un puesto de cigarros del Arlington Hotel de Hot Springs, donde su padrastro dirigía el cátering.

En los años anteriores, su madre la había enviado a un colegio de monjas, el St. Anne’s, tras haberse casado con Bennie Selley, quien, a juicio de los conocedores de aquella historia, era: "Un donjuán de ingenio rápido, un parlanchín, un practicante de boxeo, un trabajador del ferrocarril, un fanfarrón…, pero un hombre con futuro". Edna, pues, viajaba con su marido allí donde él tuviera que viajar. Pasaban los días en carreteras, las noches en hoteles y los domingos descansaban y se divertían, dondequiera que estuvieran. Se apoyaban mutuamente y parecían ser felices. Controlaban los gastos, podían permitirse una comida aquí, una cena allí. Con el estallido de la guerra las cosas no cambiaron mucho. Parker tenía un soplo cardíaco y no fue enviado al frente. Habían pasado los años y probablemente ya nadie pensaba en ello. Sin embargo, ocurrió. El embarazo de Edna, a los 33 años, modificó el recorrido vital. Y lo de tener un hijo escritor. Eso tampoco lo habían previsto.

Decidieron instalarse. En Jackson, la capital del estado de Mississippi, un lugar a medio camino de todas las rutas que Parker tenía asignadas. Los hábitos cambiaron, ella se quedó en casa con Richard y él continuó viajando de lunes a viernes. El reencuentro del fin de semana siempre los hacía felices.

Aunque las cosas no iban bien del todo. A medida que iba creciendo, Richard se metía en más y más problemas. Era un adolescente del tipo incontrolable: "Robaba coches, me peleaba, hacía carreras". Raras veces su madre podía manejar la situación y todo se volvió más oscuro tras la muerte del padre de un ataque al corazón. Richard tenía 16 años y problemas de conducta. Edna tuvo que buscar trabajo y decidió enviar a su hijo con su madre y su padrastro. Por aquel entonces, Benny Shelley ya regentaba el hotel. Allí, con ellos, las cosas fueron mejorando. Era disléxico, apenas leía, probó suerte en varios trabajos. Ninguno duró demasiado. Se matriculó en la Universidad de Michigan con la intención de formar parte, en un futuro, de la administración del hotel, pero las cosas volvieron a dar un giro cuando se interesó por la literatura y, a la vez, conoció a la que se convertiría en su mujer: Kristina Hensley.

Continuó sus estudios matriculándose en Derecho, pero esa carrera no la acabó tampoco. Se acercaba, puede que sin querer o sin saber, a los libros, a la escritura, a la ficción como forma de comprender y enfrentarse a muchas cosas. Como una manera de vivir: "Quiero que mis historias, si es posible, afecten a los lectores como la gran literatura me ha afectado a mí, es decir, que sea el hacha para el mar congelado que está dentro de nosotros, que sea, como escribió Dürrenmatt, una rebelión contra la muerte". Con el objetivo claro, realizó un máster de escritura creativa en la universidad de California y consiguió una beca con la que empezó a escribir su primera novela. Eran ya dos, Kristina y él. Y, al igual que les había tocado a sus padres, elegir, decidir, echar a andar, así les tocó a ellos. Se pusieron en marcha.

En 1976 publicó su primera novela Un trozo de mi corazón y en 1981, la segunda La última oportunidad. Aunque recibió buenas críticas, las ventas no fueron demasiado elevadas y la perspectiva de vivir de la escritura se alejó, en esos años, considerablemente. Fue entonces cuando se convirtió en periodista deportivo. Fue ahí cuando nació su personaje: Frank Bascombe, un periodista deportivo, escritor frustrado, que trata, a pesar de todo, de ser feliz. Acaba de salir el quinto libro protagonizado por Bascombe: Sé mía y, en general, la crítica coincide con que esta novela es una especie de despedida.

El periodista deportivo, publicada en 1986, fue la obra de consagración, elegida por la revista Time una de las cinco novelas del año. Sería finalista del premio PEN Faulkner que conseguiría finalmente con El día de la independencia, al que se sumaría el Pulitzer. Después ya no paró más. En 2006 publicó Canadá, una obra inmensa que surgió, al parecer, de tres palabras que no podía alejar de su mente: frontera, abandonado, Canadá. También se dice que pudo nacer de una apuesta con su amigo Raymond Carver, quien dijo de él que era el mejor escritor en activo de Estados Unidos. Ni se desmiente ni se confirma. La anécdota, el chascarrillo. El caso es que existe y la podemos leer.

Lo suelen calificar como el heredero legítimo de Hemingway, de Faulkner. De aquellos escritores sureños que traspasaron su sur: "En conclusión: mejorar. Esto es lo que adopté como premisa: superar los límites de la experiencia local en lo que escribo y, utilizando mis pequeñas libertades, incluso moderándolas en ocasiones, tratar de representar la especie humana no para hacerme querer, sino para dignificarla gracias a la insistencia en su humanidad y su complejidad, en su finalidad". La escritora Eudora Welty vivía en el mismo barrio que él, sus cuentos influyeron de manera destacada en la escritura de Ford, en la importancia que le confiere al lenguaje: "Lo más importante de cualquier aspecto de la vida es cómo lo enuncias, cómo lo expresas".

Lleva siempre una pequeña libreta en el bolsillo interior de su americana. En sus páginas residen las raíces de las historias que, algún día, contará. En 2016 vino a España a recoger el Premio Princesa de Asturias de las Letras. En su discurso se resume el sentido de su escritura, que no difiere, o no parece diferir, del sentido de su propia vida: "Siento más bien un regocijo ante la maravilla de la vida, ante lo que nos puede acontecer en ella. Existir se convierte en una tarea poética. Recibir la vida "vacía" (aludiendo a Ortega y Gasset ("La vida se nos da vacía")), no es sino otra forma de decir que todo puede suceder". Esa posibilidad de todo es lo que mueve al Richard Ford, que, a sus 80 años, continúa insistiendo en la búsqueda de la felicidad. Esto respondía en una entrevista del pasado febrero en El Mundo: "La última línea de mi novela Canadá decía así: "Lo intentamos. Todos nosotros lo intentamos". Y no es cinismo. Defender la esperanza nunca puede ser un acto de cinismo". Es seguir, es maravillarse, es leer, es escribir.

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