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Los otros del espejo

Acaba de editarse 'Cuchillo' del escritor Salman Rushdie, en el que reconstruye el ataque sufrido en 2022, y lo convierte en un bello discurso en favor de la libertad, del amor y de la literatura.
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photo_camera Salman Rushdie, durante la presentación de su nuevo libro en Nueva York /AEP

Chautauqua, una localidad perteneciente al estado de Nueva York. Todo estaba preparado en el anfiteatro donde iba a tener lugar la charla. Estaba el público en sus asientos, estaban los focos convenientemente dirigidos, el sonido en el nivel requerido, él y su interlocutor en el escenario, dispuestos a la conversación. Y de pronto, lo que hasta ese momento había sido un espacio para la cultura, el pensamiento libre, el intercambio de ideas, se convirtió en un agujero negro y, aparentemente, infinito.

Las cosas se habían torcido mucho antes, en 1989, tras la publicación, el año anterior, de la novela Los versos satánicos, inspirada en el profeta Mahoma, que desató iras y desplegó fanatismos. Que llevó a una fetua —o también, fatwa—, dictada por el ayatolá Jomeini, por la que el escritor era condenado a muerte. La obra era una blasfemia. El autor debía morir. El libro fue prohibido en multitud de países, quemado, vilipendiado, retirado de librerías, censurado. Se produjeron protestas, disturbios violentos, heridos, muertos. Oleadas de odio colectivo. Editores y traductores, perseguidos con el mismo ensañamiento. Las palabras en el punto de mira. Los seres humanos que las llevan dentro y deciden compartirlas, también. 

Él, Salman Rushdie, como consecuencia, tuvo que desaparecer.  Una vida oculta, clandestina. Una nueva identidad con protección policial. Pasó a ser Joseph Anton, el mismo hombre y, a la vez, otro, reflejado en el espejo. "Que yo sepa, hubo al menos seis complots para asesinarme en los años siguientes a la fetua, complots que los servicios de inteligencia británicos lograron abortar".  Más tarde, ya en Nueva York, abandonada la máscara, escribiría las memorias de aquel ser que fue él durante un tiempo muy oscuro, y que la mayoría de la crítica estuvo de acuerdo en calificarlo de espléndido y, quizá más importante, necesario.

La necesidad, en 2023, regresa: "Sentí la necesidad de escribir este libro. Por más ganas que tuviera de centrarme en la ficción, algo inmenso y nada ficticio me había sucedido. Entendí que, antes de pasar a cualquier otra cosa, debía escribir el libro que estás leyendo ahora, lector. Sería la manera de hacer mío lo sucedido, de adueñarme de ello y poseerlo de alguna manera: nada de ser una mera víctima. Respondería a la violencia con arte".  Así que tenemos dos libros, tras dos historias de violencia extrema. Que son el resultado de una motivación, una suerte de confianza profunda en la literatura como modo de existencia. La literatura capaz de apaciguar algo. 

Así que él, de nuevo Salman Rushdie, recuperado al fin el yo del espejo, está siendo presentado en un escenario de Chautauqua, al norte del estado de Nueva York. Se escuchan aplausos entusiastas. Y entonces, los aplausos se vuelven gritos. 

Un hombre joven, de 24 años, llamado El  A. en Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato, se levanta de su asiento y se dirige velozmente hacia el escritor. Lleva un pasamontañas negro. Lleva un cuchillo en la mano, aunque, en el avance, nadie parece verlo. Tampoco él, Rushdie, que en pocos segundos le da tiempo a pensar: "O sea que eres tú. Aquí estás". Y también: "¿Por qué ahora? No fastidies. Si aquello pasó hace mucho… ¿Por qué ahora, después de tantos años?". Entonces, el cuchillo. En la mandíbula. En el ojo. En la mano. En el cuello. En la boca. En el pecho. En el muslo. Total: quince cuchilladas. El A. se declaró inocente. El escritor sobrevivió. 

Y es en ese tiempo, durante una recuperación dolorosa, traumática, repleta de miedos, incertidumbres, pesadillas y euforias, en el que se va fraguando un libro que es una reflexión y una especie de cura, o una respuesta y una especie de adhesión a algo capaz de apaciguar algo. "Durante esas noches sin poder dormir, pensé mucho en El Cuchillo en tanto que idea. El lenguaje también era un cuchillo.  Podía cortar el mundo en dos mitades y revelar su significado, su funcionamiento interno, sus secretos, sus verdades. Podía cortarlo para pasar de una realidad a otra. Podía destapar tonterías, abrir los ojos a la gente, crear belleza. El lenguaje era mi cuchillo". 

Cualquier ruptura, llamémosle corte, en la vida de cualquiera, por las razones que sean, conllevan a una posterior reflexión sobre los significados. El yo, el contexto del yo, la importancia de las elecciones, la naturaleza del caos, la repercusión de actos y palabras. Salman Rushdie, con las heridas aún sin cicatrizar, sin un ojo, se mira en el espejo, por primera vez, tras tres semanas de lucha real, muy cercana, con la muerte. No sabe qué va a encontrarse, si va a reconocerse. Regresa, sin ser llamado, el problema de las identidades. Y lo que ocurre es que el espejo le devuelve rostros del que fue y, posiblemente, le anuncia el semblante de quién será a partir del cuchillo. Son los otros del espejo. "Él está en el cuarto de los niños de la casa paterna, en Bombay, tiene unos siete años y está leyendo un libro tumbado en la cama. Es una imagen idílica que enmascara la verdad". 

El recuerdo del niño es dos cosas. La necesidad y la motivación. De una realidad que se desea distinta y de un deseo que se nutre de la ficción porque la ficción, de algún modo, es capaz de apaciguar algo. La infancia de Salman Rushdie en India, de donde es originario, no fue ni tranquila ni feliz. Demasiado ruido en la casa familiar, violencia del padre contra la madre, miedo, ansiedad, vergüenza, drama. Un lugar donde los años transcurren lentos y pesados. 

"La imagen cambia de nuevo. Él ya no es un niño, sino un adolescente". Su padre maltrata a su madre, el hijo interviene. El relato se transforma y otro corte anuncia otra cara. "Ahora tiene 34 años y ha escrito un libro de éxito, y su padre amenaza con divorciarse de su madre por culpa de dicho libro". Abandona Bombay, se instala en Londres. Y después la fetua. Y luego, el cuchillo. Hubo, claro está, otras cosas en medio. Se casó varias veces, tuvo dos hijos, escribió más libros, recibió premios. Es un ser odiado y es un ser amado. No parece que eso vaya a cambiar. Actualmente tiene 76 años y tampoco parece que haya dicho ya todo lo que tenía que decir. La necesidad sigue ahí. En mayo del 2022, tres meses antes de ser atacado, el PEN América había organizado un encuentro internacional de escritores para pensar en común acciones frente a un "mundo en crisis". Esto es parte de lo que dijo: "¿Cómo deberíamos responder nosotros? Se ha dicho, y yo mismo lo dije, que los poderosos poseen el presente, pero que los escritores poseen el futuro, pues gracias a nuestra obra —o, al menos, a lo mejor de la misma, la que perdura en dicho futuro — las fechorías de los poderosos serán juzgadas. Ahora bien, ¿cómo podemos pensar en el futuro cuando el presente nos reclama a gritos?, ¿y qué podemos hacer nosotros, si decidimos dar la espalda a la posteridad y prestar atención a este terrible momento, que sea realmente útil y eficaz? Un poema no puede parar una bala. Una novela no puede desarticular una bomba. No todos nuestros comediantes son héroes. Pero no estamos indefensos. Incluso después de ser hecho pedazos, Orfeo —mejor dicho, su cabeza cercenada— siguió cantando mientras flotaba río Evros abajo, recordándonos que la canción es más fuerte que la muerte. Nosotros podemos cantar la verdad y nombrar a los mentirosos, podemos solidarizarnos con nuestros colegas en la línea del frente y amplificar sus voces añadiendo las nuestras a las suyas. (Quizá deberíamos) emular a Orfeo y seguir cantando pese al horror reinante, y no dejar de hacerlo hasta que cambie la marea y dé comienzo un día mejor".

La literatura reuniendo a los otros del espejo y apaciguando el mundo.

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